(Clan Nublares 01) Nublares by Antonio Perez Henares

(Clan Nublares 01) Nublares by Antonio Perez Henares

autor:Antonio Perez Henares
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Histórica
publicado: 2011-02-08T23:00:00+00:00


VI

EL SACRIFICIO DE LA ESTRELLA VESPERTINA

Ojo Largo y Nariz llegaron a Nublares. El clan les dio cobijo y comida. Durmieron un largo sueño y al despertar Ojo Largo sintió la soledad. El clan lo rechazaba. Sin palabras hoscas, sin gestos destemplados, simplemente lo rehuía, le hacía el vacío. Había puesto en peligro a todo el campamento de la Velluda, y esto no se perdonaba en el clan.

Apenas si cruzaban una palabra con él. Comía en el fuego de la cueva, ahora reducido al Oso, Colmillo de Lince y Caballo, el gemelo tullido, aún no iniciados, y los tres cazadores que sí habían superado la prueba: Bisonte y Viento en la Hierba, que aun no habían levantado cabaña y fuego en el campamento, pero nadie contaba con Ojo Largo para las expediciones de caza. Si quería unirse lo aceptaban, pero no le buscaban para que los acompañara. Se dio cuenta de ello y poco a poco comenzó a aislarse. Volvió a sus cuerdas para los peces y a intentar emboscadas en solitario para cazar a algún herbívoro de los que acudían a beber.

La primavera estallaba a su alrededor como una explosión de vida, pero él no tenía con quién compartirla. Ni tan siquiera su hermana Oropéndola se permitía conversar demasiado con él. Además, en cuanto los veían juntos la joven era requerida de inmediato para cualquier tarea a fin de alejarla de su hermano. Oropéndola lo dejaba con una sonrisa de simpatía y de disculpa, y de nuevo Ojo Largo se encontraba bajo las miradas torvas de todos.

Más doloroso aún era lo de Mirlo. Ésta no sólo lo rehuía, sino que hizo una clara manifestación de rechazo cuando él intentó acercarse a ella. Ya no había sonrisas provocativas ni miradas cargadas de intenciones. Parecía que Mirlo, más que haber olvidado su pasión, la había transformado en desdén.

Ojo Largo, con su perro, que se convirtió en sombra, se despertaba antes que nadie y bajaba al río, o en raras ocasiones se perdía por los bosques. Junto a las aguas encontraba un poco de calma y compañía. Los álamos y los alisios tenían pequeñas hojas recién nacidas, crecía la hierba, se reclamaban todas la aves y, mientras, Ojo Largo lo miraba todo con la tristeza anidándole en el corazón. Tan sólo Nariz se refrotaba junto a él.

Un atardecer no subió a la cueva. Se quedó junto al agua. Vio irse el sol, dejando tras él la luz más hermosa sobre las tierras reverdecidas, y luego caer el crepúsculo y la noche. Buscó la horquilla de un árbol y se acurrucó en ella. Su perro se quedó de guardia abajo. La noche no acababa de cerrarse por los resplandores de la luna y las estrellas, y él no dormía.

Entonces cerca, en un árbol de al lado cantó un mirlo. Elevó sus notas musicales junto a él como si quisiera acompañarle, mandarle un mensaje. A él se lo pareció. Ojo Largo cantó con el pájaro un buen rato y luego éste se marchó lanzando un grito asustado.



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